jueves, 22 de noviembre de 2007

LIBROS DE NELSON AGUILERA QUE SALDRÁN EN FEBRERO DEL 2008 - 4°,5° Y 6° GRADOS


"EN EL NOMBRE DE LOS NIÑOS...DE LA CALLE - FRAGMENTO DE LA NOVELA DE NELSON AGUILERA.

Uno

Era una mañana fría de julio. Poca gente caminaba a esa hora por la calle Palma. La población asuncena retardaba su marcha diaria debido a la inusual temperatura de cero grado que marcaba el termómetro luminoso colocado en la Plaza de los Héroes por el último intendente liberal.

La mañana estaba dura y fría como el estaño. Garuaba tenuemente y el frío viento castigaba sin piedad a los niños de la calle, acurrucados aún entre los cartones y hules recogidos de las basuras. Uno, dos, tres niños tosían como perros viejos y se percibía el chillido de sus pechos como aullidos de gato.

Los transeúntes los ignoraban. Ya era tan normal verlos cuajarse por las esquinas aspirando cola de zapatero para matar al monstruo del hambre, que los iba devorando lenta e inexorablemente. Ya nadie se dignaba a perder un minuto en la escoria de una sociedad que intentaba ser postmoderna.

En medio de esa aparente calma y lasitud paraguayas arrastradas por el vaivén de los vientos políticos materialistas, se oyeron dos disparos que resonaron en todo el micro-centro. Los escucharon los empleados de bancos, las chiperas, los lustrabotas, los farmacéuticos y hasta los gerentes de las multinacionales y las presidentas de las organizaciones de ayuda a la infancia, cuyas oficinas se hallan entronizadas en los más altos edificios asuncenos.

El eco de los disparos venía de la Plaza de la Democracia. Una gélida neblina apenas permitía ver en el suelo a un hombre de más o menos veintisiete años. Era moreno, de grandes ojos marrones, abiertos, y de rostro triangular, bañado en sangre. Vestía un traje negro y un tapado de lana gris, también ensangrentados.

El cuerpo yacía sin pulso alguno. Todos murmuraban posibilidades. Las chiperas comenzaron a llorar pero nadie osaba llamar a la policía. Todos esperaban que los agentes del orden aparecieran por arte de magia en el lugar.

Algunos decían que fue un asalto, pero el oscuro maletín de cuero del joven y su billetera estaban intactos. Tampoco se veía una señal de lucha por ninguna parte. Otros suponían que habría sido un ajuste de cuentas entre traficantes de drogas o tal vez un crimen pasional.

Lo cierto es que sólo el eco de los dos disparos era el único testigo del hecho que despertó de su letargo y de su cansina modorra al centro de la capital paraguaya.

Dos

Los vestidos de shantú, de organza y de seda blanca de las señoritas debutantes se rozaban con los nevados fraques de los padres y pretendientes alborozados, en medio de fragancias parisinas y valses vieneses, acompañados por el tintineo de las copas de cristal rebosantes de los champañas franceses y vinos californianos, que se encargaban de alegrar las pomposas fiestas de la gente más copetuda del Paraguay, en uno de los más prestigiosos clubes creado a expensas de las lágrimas, sudor y sangre de los obreros paraguayos.

La risa, el jolgorio y el humo eran los huéspedes de honor en esta celebración importada del siglo XIX europeo por esta perdida república que olvidó su origen y se engalana vistiendo unas máscaras foráneas prestadas o quizás robadas del viejo continente.

Toda la admiración y elogios eran para las jóvenes que desplegaban con donaire los pasos y modales ensayados por horas con la experta argentina contratada para tan importante ocasión. La coreógrafa tenía que ser argentina de Buenos Aires, no de cualquier provincia campechana que podría restar importancia al evento.

Los fotógrafos encandilaban con sus flashes a las damiselas, que no paraban de exhibir sus blancos y parejos dientes fabricados, en algunos casos, por los estilistas de sonrisas, y sus cinturitas de avispas logradas gracias a las rígidas dietas impuestas por las madres, las modistas y las amenazas de la anorexia, que en más de una oportunidad golpeó a la puerta de estos estómagos juveniles con desmayos en los colegios, donde directoras y profesoras corrían para llamar al servicio de Emergencias.

La pista se llenó de blanco cuando sonaron los acordes de los valses vieneses. Las jovencitas pasaban de un brazo a otro y todo el mundo comentaba quien bailaba mejor y quien era torpe para seguir acompasadamente el ritmo de tres tiempos de las importadas y adaptadas cadencias.

De todas, podían decir que no aprendieron bien los pasos ensayados, pero no de Mariela Hilguera Montenegro, que demostraba su talento de bailarina en los brazos de su padre, el senador Honorio Hilguera, y de sus tíos Carlos Antonio Hilguera y Juan Francisco Montenegro.

Los aplausos siguieron con los valses. Los padres y tíos iban dando lugar a los hermanos, primos y novios o pretendientes de las muchachas, y tomaban a sus esposas en un tono de nostalgia para deslizarse danzando y tarareando los valses vieneses como en antaño.

Mariela fue pasando de un brazo a otro hasta que cayó en los brazos de Federico, un joven moreno de ojos de miel que la miró con dulzura y la hizo girar tiernamente como si fuera una princesa en los brazos de su príncipe.

- ¿Quién es ese joven que baila con mi hija?- preguntó el senador a su esposa,-

- Es su compañero de colegio. -contestó Rosa.-

- ¿Hijo de quién?

- Creo que es de los Braun

- ¿Y es… su novio?

- ¡No! Es su amigo no más

Honorio apretó con más intensidad la cintura de su esposa que esa noche lucía más radiante que nunca con todas sus joyas puestas y con la panza lipoaspirada conseguida con miles de dólares en una clínica de Saô Paulo.

- ¿Quién es ese joven que baila con mi sobrina? –preguntó Juan Francisco Montenegro.-

- Es el hijo adoptivo de los Braun.- le respondió su esposa Clara.-

- ¿y es su novio?

- ¡No! ¡Qué va a ser! Si es un recogido de los Braun.

- ¡Ah! – replicó Juan Francisco.-

Y continuó danzando el vals como fuera una polca paraguaya mientras contemplaba la nueva nariz de su esposa, conseguida en una de las clínicas más cara de Buenos Aires.

Los valses dieron lugar a otros sones y la pista fue convirtiéndose en un circo penumbroso y multicolor que obligó a los padres y tíos cuarentones y a los que bordeaban las cinco décadas a sentarse alrededor de sus decoradas mesas y a reír, charlar, fumar y beber.

En una de las mesas se encontraban el senador Honorio Hilguera y su señora Rosa acompañados de Juan Francisco y Clara Montenegro. Junto a ellos estaba también el hermano del senador, el señor Carlos Antonio Hilguera, pero solo. Más tarde, cuando los smokings ya estaban aflojados y los moños negros guardados en los bolsillos, se acercaron a ellos Roberto Medina Oddone y María del Carmen Yañez Olivetti.

Roberto era un joven arquitecto de treinta y siete años y María del Carmen era una talentosa contadora de treinta y tres años. Ambos eran profesionales exitosos con dos hijos en edad escolar y amenazaban con tener el tercero en cualquier momento.

Una copa seguía a la otra y un cigarrillo a otro mientras comentaban sobre el plato servido, el postre, las decoraciones, la orquesta, las bebidas y las metidas de pata de las hijas de los más acaudalados.

Las damas comentaban en voz baja.

- Pero, ¿te fijaste en la Serratti?

- Sí, casi se cayó de la escalera – Todas rieron apretándose la boca.-

- ¿Y la Sotomayor?

- ¿De dónde se sacó ese modelo victoriano?

- Del baúl de su abuela.-más risas y ya no se taparon la boca.-

Juan Francisco llamó al mozo para que les llenara más de vino las copas mientras debajo de la mesa acariciaba con su pie derecho las tersas piernas de María del Carmen, quien no se molestó en absoluto en demostrar algún desagrado.

Las conversaciones giraron luego alrededor de unas donaciones que unas entidades suecas harían a la fundación de la que todos formaban parte.

Las mujeres pararon de chismear y levantaron las orejas al escuchar la módica suma de cuatrocientos cincuenta mil dólares. Claro está – dijo el senador Honorio- que para tal efecto deberemos cambiar el nombre de la fundación y nombrar como presidenta a María del Carmen, que es la única que falta ocupar un cargo ejecutivo.

- Pero… ¿por qué yo?- preguntó tímidamente.-

- Porque Rosa y Clara ya son presidentas de otras fundaciones y no pueden ser presidentas al cuadrado- contestó el senador.-

Todos rieron mientras María del Carmen bajaba la cabeza en señal de duda. El caso es que – retomó Juan Francisco- nosotros tampoco podemos clonarnos para presidir las otras fundaciones, y el tacto femenino para estas cuestiones de niños es el mejor indicado.

Claro mi cielo – dijo Roberto a su esposa tomándole el mentón entre sus dedos – vos sos la única que puede realizar este trabajo en pos de la niñez necesitada y abandonada de nuestro querido Paraguay.

María del Carmen volvió a sentir en sus piernas el pie de Juan Francisco y aceptó el cargo esperando que por lo menos una gota de amor cayese en su resecado y huérfano corazón, y así tener fuerzas para ayudar a los desamparados niños de la calle.

La algarabía juvenil rebosaba en la pista. Todos gritaban al escuchar los nuevos ritmos tropicales que no respetaban fronteras sociales para llevar sus eróticas letras y sus compases provocantes hasta el más encumbrado centro cultural y deportivo del Paraguay.

Mariela y Federico danzaban sin parar. El creía estar en la gloria, ella creía estar pasando un lindo momento con un muchacho diferente.


La madrugada fue adueñándose de la fiesta y poco a poco los copetudos fueron abandonando el lugar montados en sus grandes y lujosos autos hacia sus monumentales mansiones, donde les aguardaban sus orgiásticas camas y la resaca mañanera. Mientras en las calles de Asunción el hambre, el dolor y el abandono flagelaban a los olvidados niños sin hogares.

CRÍTICA TEATRAL REALIZADA POR NELSON AGUILERA

“La Casa de Bernarda Alba” : Una reprise memorable!

Después de casi veinticinco años el Arlequín Teatro reprisa la célebre obra de Federico García Lorca. En ambas ocasiones, la misma, fue dirigida por dos Carlos. El primero fue Carlos Aguilera (uruguayo) y el segundo Carlos Benegas (paraguayo).

La obra puede ser analizada desde tres perspectivas: la literaria, la semiótica y la teatral propiamente dicha.

Desde la perspectiva literaria, teniendo en cuenta la teoría historicista, se puede decir que la obra es un reflejo de la situación vivida en la época denominada la España Negra, en la que la opresión y el uso y abuso del autoritarismo llevaron a la muerte no sólo al propio Lorca sino a cientos de miles de españoles que no aceptaron el régimen despótico y tiránico impuesto por Franco. Lorca, como artista, como ser sensible, plasma esta oscura realidad en su célebre obra cuyo estreno nunca pudo ver, ya que recién el 8 de marzo de1945 la estrena Margarita Xirgu en el Teatro Avenida de Buenos Aires a casi diez años del fallecimiento del poeta. La obra es una tragedia y nos presenta la lucha entre el libre albedrío y el fatalismo cuyas bases pueden ser discutidas en gran manera con un grupo de alumnos.¿Era libre Adela de elegir vivir sin Pepe el Romano o el suicidarse era su destino?

Desde la perspectiva semiótica y teatral podemos resaltar la escenografía, las luces, el vestuario, la caracterización, la utilería, la música, la interpretación y la dirección.

La escenografía hecha por José Luis Ardissone es el gran acierto de la obra ya que las ideas del encierro, del encarcelamiento y de la opresión están dadas por la utilización de los tejidos que hacen que los que están dentro o fuera del mismo igualmente estén atrapados bajo las garras del autoritarismo de Bernarda (Edith González Frutos). Así vemos, que tanto la Poncia (interpretada por Amada Gómez) que hace de “carcelera”, como las hijas de Bernarda (Alejandra Ardissone, Mariana Ferreira, Andrea Arriola, Maggy Rojas y Sair Gamarra) se convierten en “prisioneras” en los dominios de Bernarda. Las formas puntiagudas utilizadas reflejan dolor, dolor por la muerte, por la soledad, por el encierro, por una vida sin sentido bajo el cetro de una madre castradora.

Por otra parte, las luces juegan un papel simbólico entre la aparente tranquilidad de la noche (azul) y la pasión, la sangre vertida por la pérdida de la virginidad como por la muerte de Adela (roja). En cuanto al vestuario, predominaron el blanco y el negro, que para muchos son la ausencia de color como lo fue la vida de todas las hijas, las criadas y de la propia Bernarda. ¿Puede haber color en un mundo donde haya un mandamás y los demás estén oprimidos bajo el yugo del autoritarismo? La única que trata de romper esta opresión es Adela que se presenta con un vestido verde que simboliza las ganas de vivir, la juventud, la esperanza de una vida mejor que para todo ser tirano son sinónimos de rebelión.

La caracterización de Martirio (penca y jorobada) interpretada por Mariana Ferreira, cuya voz baja y cascada acompaña muy bien la expresión corporal defectuosa de su personaje y los sentimientos del mismo, hace que la maléfica intención sea transmitida de una manera espeluznante. También tenemos a un personaje lunático como María Josefa (interpretada por Rosa Barrios) cuya voz estridente rompe con todos los tonos para dar ese ambiente de desquicio donde no hay vida, donde no hay espuma (símbolo del varón) y donde no hay libertad (el mar).

En cuanto a la utilería, tenemos el abanico rojo dado por Adela a su madre en el día de la muerte de su padre. Este acto es una afrenta, un deseo de contradecir los cánones sociales hasta en la muerte. Por cierto, Adela (Andrea Arriola) hace esto en todos sus actos, desde el comienzo hasta el fin de la obra, hasta con el símbolo fálico (el bastón) representado en las manos de Bernarda.

La música está muy bien, es andaluza aunque hubiera sido bueno no eliminar la poesía de los segadores sino llevarla a la música propiamente dicha. Continuando, podemos hablar de la interpretación dada entre actrices de larga trayectoria y actrices nóveles. Hubo momentos de una interpretación profunda en la que los personajes afloraban por encima de las actrices, especialmente en el enfrentamiento de Martirio y Adela y en el final, que por cierto fue enérgico, vibrante y apoteósico.

Finalmente, se puede decir que la dirección tuvo un arduo trabajo. Hay ciertas introducciones muy llamativas como: la danza de Magdalena, la eliminación de ciertos personajes secundarios y la inclusión de sus parlamentos en boca de los personajes principales, la elipsis de la escena de la cena, la unificación de los tres actos en uno y la idea del encierro entre el primer acto y el segundo. Por otra parte, la colisión de tonos entre las voces de los personajes, los efectos de la noche, los símbolos fálicos del cigarro y el bastón entre otras cosas. Quizás con un poco de esfuerzo se podría mejorar el sonido y darle un poco más de ritmo a la obra, especialmente en el “intermezzo” entre el segundo y el tercer acto, pero aún así podemos congratular tanto a actrices, director, escenógrafo y todos los que componen el elenco del Arlequín Teatro.

Así vemos que la conjunción de lo literario, lo semiótico y lo teatral nos ofrece un espectáculo trágico que en algún momento y quizás siga haciéndolo: reflejó y refleja a la sociedad en que vivimos.

La Casa de Bernarda Alba es una producción nacional digna de ser vista, analizada y apoyada. ¡Un gran aplauso para todos los que la componen!

Nelson Aguilera (actor, escritor y profesor de Literatura)

NELSON AGUILERA EN "CASACCIA Y SUS CREATURAS" - ABRIL 2007

UNIPERSONALES DE NELSON AGUILERA

CUENTOS DE NELSON AGUILERA - EL POMBERO CONVERTIDO AL CRISTIANISMO Y OTROS CUENTOS

EL POMBERO CONVERTIDO AL CRISTIANISMO

Había una vez un Pombero muy viejo, pero muy viejo, que vivía en las selvas de Ka’aguasu. Era un Pombero paraguayo, morocho, petiso, retacón y de larga cabellera. No tenía ningún parecido con el Pombero argentino, que según dicen es rubio y de ojos azules. ¡No! Este Pombero no tenía relación alguna con los Pomberos del MERCOSUR. Su origen era incierto.

Algunos pensadores afirman que fue traído del África juntamente con los esclavos negros. Otros antropólogos y lingüistas aseveran que el término “pombe” tiene resonancias de lenguas africanas, por lo tanto, la teoría de que este Pombero paraguayo proviniese de alguna casta negra era posible, porque en su juventud le gustaba fabricar tambores de troncos de tembetary y bailotear sobre las copas de los árboles en las noches de tormentas.

Ahora en su vejez vivía de una manera tradicional: robando huevos de los gallineros, tomando agua de los manantiales y fumando los cigarros poguasu que le dejaban en las horquetas de los árboles. No se privaba de las guaripolas que le ayudaban a olvidar los tormentos nocturnos y el duro trabajo de asustar a la gente, y en especial a las mujeres, que según las malas lenguas, siempre quedaban embarazadas de él, aunque el casto Pombero no hubiera tenido participación alguna en el acto de gestación.

El pobre Pombero estaba con ganas de jubilarse. Ya demasiado tiempo trabajó en las selvas paraguayas. Hoy, con la tecnología y los corruptos que van talando los quebrachos y los petereby, se siente invadido, cansado y pisoteado en su dignidad de guardián de los bosques de donde hasta sus amigos los indígenas; fueron expulsados hacia las ciudades para perderse en las calles de la discriminación, del hambre, del ultraje y del olvido.

Este viejo Pombero vio el surgimiento del Paraguay. Fue testigo de las guerras guaraníticas, de la presencia española en estas tierras, de la caza de indios, del paraíso jesuítico; de las primeras ideas de libertad, de la oscuridad francista y de la locura lopista.

A él le divirtió bastante la opresión del Dr. Francia. Cuando llegaba la noche y todos los paraguayos se aislaban en sus casas a él le encantaba salir a pispar por las ventanas, lanzar un largo silbido y erizar la piel de la gente. Se reía sin parar cuando escuchaba la famosa advertencia paraguaya: “Hake karai pyhare”. Se sentía tan poderoso como el mismísimo supremo, a quién en más de una ocasión trató de asustar pero el asustado fue él porque el Dr. Francia no le temía a nada ni a nadie. Él era el miedo personificado del pueblo.

Este ajado Pombero también presenció el aniquilamiento del pueblo paraguayo, la masacre de los niños en Acosta Ñú, la muerte de López en Cerro Cora, los deseos de la posguerra de resurgir de las cenizas, las revoluciones y los circos políticos, las mentiras y las pocas verdades del pueblo paraguayo.

Amaba al Paraguay entrañablemente y nunca aceptó la invitación de los otros Pomberos de la región para abandonar las selvas paraguayas. El Paraguay era su principio y su fin, su ilusión y su desengaño, su vida y su muerte.

Una noche cuando el viento sur soplaba con rabia y todos se resguardaban en sus casas de ladrillos a mirar televisión, el anciano Pombero se acercó a una de las casas de Ka’aguasu. Miró por la ventana y vio que una niña rubia de ojos celestes miraba un programa infantil por cable. Pensó: A ésta la voy a asustar para que vaya a dormir. ¿Qué hace una niña sola mirando televisión a las doce de la noche? ¿Dónde están sus padres? ¡Esto no puede ser!

Comenzó a imitar a un pollito piando alrededor de la casa y a lanzar sus prolongados silbidos. ¡No puede ser! Mamá se olvidó de meter los pollitos al gallinero y seguro que ese silbido proviene de alguna araña hambrienta. Se levantó, abrió la puerta y salió al patio decidida a guardar a los polluelos. En ese instante el Pombero sacudió un gran árbol de kurupika’y. ¿Y ahora qué? No puede ser que el mono de Juan se haya escapado a esta hora de la noche. Mono, monito…bajate del árbol. Pero esta niña no tiene miedo para nada. Tengo que buscar otra estrategia. Ya sé. Y comenzó a tirarle piedras. La niña ni se inmutó. Mono, monito… no seas travieso. Vení aquí, no se tira piedras a la gente. Tenés que ser bueno, monito.

El Pombero estaba atónito. Los ojos casi se le salían de la sorpresa. Pero…pero…no puede ser. En mis casi mil años que llevo por estas tierras jamás me ha pasado esto. Siempre asusté y la gente corría como alma en pena de mis juegos, y esta niña no le teme a nada ni a nadie. ¿Acaso será la hija del Supremo? Y ahora, ¿qué hago? La niña seguía mirando arriba, abajo, en el gallinero, en el patio, entre los árboles, entre las plantas y nada. Pero, de repente sintió como si alguien cayera violentamente de uno de los árboles. ¡Ay! pobrecito, ¿quién será? Hola, ¿quién anda ahí? ¿Te golpeaste? Hola. El Pombero quiso escapar pero la niña le gritó: ¡Congelado!¡No te muevas! Seguro que te golpeaste muy mal. Quedate ahí mismo, yo te voy a ayudar. No, no puede ser que esto me esté pasando a mí, ahora verá mi cara y correrá como loca. No me gusta mostrarme a nadie pero ya que la ocasión exige… Y el viejo Pombero se dio la vuelta para mirar de frente a la niña de ojos celestes.

Pero, mira un poco, un indiecito travieso que escapó de su mamá. Vení, yo te voy a curar, seguro que te golpeaste muy mal. Vení, vení. Y lo estiró de la mano. El pobre Pombero se sintió conmovido al sentir la blanca y suave mano de la niña rozar su dura y velluda piel. En su milenaria existencia jamás había sentido semejante tersura y calidez. Se emocionó y sintió algo acuoso que le llenaba los ojos. ¿Qué es esto? ¿Qué me está pasando? Pensaba el confundido Pombero mientras la niña le hacía sentar en una silla de mimbre en la galería de la casa.

A ver, a ver…contame qué te pasó y cómo llegaste a parar en mi árbol. Ya sé, ¿te enojaste con tu mamá?, ¿tu papá toma mucha caña y te maltrata? El silencio seguía en el aire, mudo, absorto, confundido. A ver, a ver… tuviste hambre y saliste a buscar algo de comer. Esperame un ratito que te traigo un vaso de leche y un pedazo de torta que mi mamá hizo esta tarde. La niña desapareció por un momento.

¿Qué hago? ¿Me voy o me quedo? Esto si que no me lo esperaba. Pero, ¿quién es esta niña que no se asusta de nada y me cuida tan bien? Es rubia, seguro que es la hermana de Jasy Jatere y habrá oído hablar de mí; por eso no me tiene miedo. O tal vez, ella sea Jasy Jatere. No, no puede ser. Yo me estoy volviendo viejo y loco. ¿Estaré soñando? Pero yo no duermo de noche. O quizá mi compadre argentino me esté haciendo una broma. Pero, a él no lo veo desde que terminó la Guerra Grande. A ver, a ver ¿qué comí hoy? Habrá sido esa planta que mastiqué esta mañana. Sí, esa planta que tiene grandes poderes según los brasiguayos y que no se cansan de plantar por esta zona y en el Amambay. Eso es, nunca más voy a morder esa hoja que me hace ver estas visiones. Todo esto es una alucinación. Esta casa no existe, esa niña tampoco…

Ya vengo mi querido amigo. Te calenté un poquito la leche y esta torta de chocolate te va a gustar muchísimo. Tomá, mi mamá la hizo con mucho amor. Le puso un pedazo en su gran mano y le tomó de la quijada para hacerle tomar la tibia leche. Pombero, sin querer, escupió el sorbo. Ah, no estás acostumbrado a alimentarte bien, indiecito. Abrí la boca grande y toma todito esta rica leche. Te va a hacer muy bien. Sin darse cuenta el viejo Pombero obedeció y en segundos sintió en su estómago el bailoteo del blanco líquido. Ahora comé tu torta, está riquísima. Continuó obedeciendo y así saboreó algo que no se igualaba, ni por nada, al petÿ, al huevo crudo ni a la caña blanca. Se sintió tiernamente asqueado de sí mismo y después de un cierto tiempo dio otro mordisco al pedazo de torta. El sabor del chocolate arrancó una primigenia sonrisa de los labios milenarios del Pombero. Te gustó, ¿no?

La oscura y fría noche se paseaba por las selvas del Ka’aguasu. El viento sur la llevaba de la mano entre los árboles, las chozas, las casas, las estancias. Ella iba clavando sus fríos colmillos en los huesos de los pobres, de los indígenas, de los desposeídos, de los que ya perdieron hasta la razón de la existencia en la cristiana sociedad paraguaya. Ella, la oscura noche, reina de las tinieblas, se enorgullecía ante el miedo, ante el temor, ante el pavor de la gente y lucía su tenebrosa corona con una sonrisa que mostraba sus afilados dientes congelantes.

El Pombero masticó su torta de chocolate con placer. La niña lo observaba y le sonreía con ternura. Él no comprendía por qué esta niña no le temía. ¿Por qué tanta paz en sus ojos? ¿Por qué el amor hacía un ser tan monstruoso como él? Cualquier niña hubiera gritado y corrido pero para ésta era absolutamente normal tomar de la mano y hablar con el temido genio de las selvas paraguayas. El confundido Pombero no resistió más y preguntó:

- Mba’egui nderekyhyjei chehegui?

- Yo no le tengo miedo a nada. Vos y yo podemos ser amigos. Yo tengo muchos amigos indios.

- Nde reikuaa mavapa, che?

- Un indiecito.

- Che cherera Pombero.

- Y yo Ramonita. Mucho gusto (le estrechó la mano).

- Mba’egui nderekyhyjei chehegui?

- Porque Dios y su hijo Jesucristo están conmigo.

Al escuchar esto el Pombero abrió los ojos enormemente y rugió como un jaguarete. Shhh! ¡No te vayas a poner así! Ellos no son malos. Volvió a rugir y a retorcerse en el suelo. Jesús me ama a mí y te ama a vos también. ¡Quedate tranquilo! El Pombero obedeció. Él hizo la selva, el agua, el sol, la luna, el viento. Él murió y resucitó por los paraguayos, los indios, los negros y los rubios como yo. Él te quiere perdonar todo lo malo que hiciste y quiere vivir en tu corazón.

¿Murió? ¿Resucitó? ¿Perdonar todo lo malo? ¿Vivir en mi corazón? ¿Qué es eso? pensaba el turbado Pombero. ¿Quién era ese que perdonaría sus mil años de maldad? ¿Quién era ese que tenía el poder de volver de la muerte? En medio de la confusión comenzó a decir:

- Che cheñañaiterei.

- Todos somos malos.

- Ajapo heta mba’evai.

- Yo también.

- Nde?

- Sí, algunas veces digo mentiras, me peleó con mis hermanos, no obedezco a papá, robo las naranjas del vecino…

- Che hetape amondyi ha hetape ainupa tape po’ipe.

- Jesús te va a perdonar todo eso.

- Hetape ajapi itape.

- También eso te va a perdonar.

- Amonda heta ryguasu rupi’a.

- Todo eso te va a perdonar.

- Mba’eicha?

- Así.

Ramonita tomó su peluda mano y elevó la oración de arrepentimiento. Pidió a Jesús que viniera a la vida de Pombero y le limpiara con su preciosa sangre de toda la maldad que hizo durante toda su vida. Rogó también que su paz reposara en el corazón de su amigo por siempre y para siempre.

El pobre Pombero lloraba… y lloraba… y lloraba... Las lágrimas desconocidas por él bañaban sus peludas mejillas. Su nariz chorreaba sin parar y los gemidos se apresuraban por salir de su garganta. Se postró en el suelo y Ramonita le pasaba sus sedosas manos por su áspera y sucia cabellera. El Pombero parecía haberse arrepentido de todas sus fechorías.

La madrugada iba cediendo paso al alba cuando Pombero levantó los ojos y miró con agradecimiento a su nueva amiga. Por primera vez en la vida posó sus negras manos sobre las blancas mejillas de una niña. Ella le sonrió. Él escapó trepando y saltando por las copas de los árboles para perderse en la boscosa espesura de las selvas del Ka’aguasú. A lo lejos quedaba Ramonita, lo observaba sonriente. Luego entró a la casa, apagó el televisor y fue a dormir las pocas horas que quedaban de la madrugada.

El Pombero despertó feliz en medio de un caraguatal. A su alrededor había un montón de “pombero rekaka”. Se levantó con la convicción de que algo trascendental le había ocurrido la noche anterior. Al acercarse al arroyo para lavarse la cara vio su imagen reflejada en el agua. Se contempló una y otra vez y decidió cambiar de look. Ahora sería como cualquier humano, como cualquier paraguayo. Buscó enseguida aquel machete robado de un campesino sin tierra y comenzó su sesión de embellecimiento. Se cortó el pelo, se moldeó un poco las mejillas con el mango del machete, mojó las cejas con su saliva y se puso la camisa y el pantalón hurtados de uno de los asentamientos de San Pedro. Lo que no encontró fue un par de zapatos sacados a escondidas de un indígena mbyá. Así descalzo emprendió camino hacia su nueva vida en la ciudad.

Al llegar al pueblo todo el mundo le miraba y salía de su camino.

- Mava piko pea?

- Nadaikuaai.

- Oimeneko Pombero mba’ehina, porque ivaietereiningo.

- Pero opukavyningo.

- Pombero piko iñamable?

- Moö piko jaikuaapata, che amami de Dio.

Buscó trabajo en el mercado y le dieron el puesto de carretillero. Quería aprender a leer y se fue a la escuela nocturna. Todos sus compañeros eran ancianos desdentados que se reían de él y le tentaban diciendo.

- Pombero hü!

- Pombero ky’a!

- Pombero në!

- Pombero vai!

Él mismo se desconocía al no asustarlos ni tirarles piedras. Sólo les sonreía y seguía su nueva vida de aprender a leer, a escribir, a calcular y por sobre todas las habilidades la de dar lindos discursos sobre el Paraguay, sus selvas, su fauna y su abundante cabellera de aguas. Pombero comenzó a ser respetado y respetable.

Una noche escuchó hablar a la profesora sobre la ética y especialmente sobre el valor de la honestidad. Allí recordó que le embromó al chipero esa mañana, que tomó el jugo de Ña Lorenza y no le pagó, que no le entregó su vuelto a Ña Concepción, que devolvió el boleto al colectivero y que copió de Vicente en el examen de Ciencias. Casi se sintió culpable pero escuchó una voz interior que le decía: No te preocupes, todo el mundo lo hace. Y siguió escuchando atentamente la clase.

Pombero tenía grandes aspiraciones y su edad no le era ningún problema. Quería seguir Derecho y si es posible llegar a ser gobernador, ministro o presidente de la república. Consiguió colgar de su cuello un pañuelo colorado y colocar en su cabeza un gran sombrero piri. Hablaba el guaraní como ninguno y no tardó en candidatarse para ser gobernardor de su departamento.

Ahora ya no andaba vagando por la selva sino que se paseaba en un Mercedes con chofer y todo. Su campaña fue un exitazo. Todo el mundo gritaba:

- Tres hurras tres por tres para Pombero, ¡piripipipí!

- ¡Pipipi!

- ¡Piripipipi!

- ¡Pipipi!

Ganó las elecciones y comenzó a dar cargos a sus amigos y trajo a sus parientes de las distintas selvas paraguayas y los colocó en las diferentes direcciones de su gobernación. Él y su comitiva sacaban grandes tajadas de los proyectos para mejorar los caminos o para construir una escuela o un hospital. De súbito, el gran departamento de Caaguazu se hallaba dominado por pomberos, pomberas y pomberillos que conseguían rubros de maestros hasta para su choferes. Pombero estaba feliz con todos sus logros, pero el pueblo cada día sufría más y más.

Miles de paraguayos comenzaron a pedir prestado nacionalidades extranjeras, los niños morían de hambre, en los hospitales abundaban médicos que consiguieron sus títulos en universidades truchas, las calles estaban repletas de caballos locos, de mendigos y de taxi boys. Los que tenían conexiones con su gobierno vivían en la opulencia, los pobres se rebuscaban en los basureros.

Mientras el pueblo procuraba seguir masticando las ansias de vivir, Pombero se pasaba cantando y orando en la iglesia. No faltaba un solo domingo para el servicio y aportaba grandes sumas de dinero para ayudar a los pobres. Cuando escuchaba el sermón lloraba, y lloraba, y lloraba. Se sentía el ser más miserable del universo, pero al salir de la iglesia continuaba con sus negocios, que la prensa se encargaba de diseminar a los cuatro vientos.

Su hambre de poder no tenía límites. Si conseguí la gobernación por qué no podría conseguir la presidencia. Hablaré con su excelencia para que me apoye una vez terminado su mandato, si total el Paraguay fue mi hogar y siempre lo será. Yo soy de estas tierras y todo me pertenece.

Con estos pensamientos fue a Asunción aquella tardecita de invierno a entrevistarse con la máxima autoridad paraguaya. Su coche se deslizaba suavemente por el Paraguayo Independiente y paró justo al lado de la explanada de la Catedral Metropolitana donde una joven rubia de ojos azules estaba predicando sobre el arrepentimiento.

Todos debemos apropiarnos del arrepentimiento. Un verdadero cristiano obra honestamente, piensa en el prójimo, ama al prójimo y lucha por el prójimo. Arrepintámonos y conozcamos al Dios de la Verdad. Despojémonos de nuestras máscaras y miremos a Dios cara a cara. La gente se apretujaba para oírla. Pombero se acercó. Pombero la reconoció. El que ama más el dinero y se olvida de su semejante no es de Dios. El que dice que es cristiano debe demostrarlo en sus obras. La verdadera fe lleva frutos. Este país ora a Dios de boca para afuera, pero su corazón está lejos de Él.

Pombero se sintió confundido una vez más. Ramonita lo vio y se acercó a él. Pombero, convertite de verdad. Deja de ser Pombero y sé Cristiano. Vos decís que sos cristiano pero raspate un poco la piel y te encontrarás Pombero.

Pombero no resistió estas palabras. Ordenó a su chofer volver a Caaguazú. La entrevista quedó sin efecto. El chofer atropellaba señales y hacia correr el auto a toda velocidad. Llegaron al anochecer. Pombero descendió del vehículo y se dejó llevar por sus pasos hacia la selva. Trepó los árboles y corrió por sus copas hasta llegar a un caraguatal donde se encontró a sí mismo arrancando con sus dos manos velludas grandes hongos grisáceos, y los comía, y los masticaba y los deglutía, y los comía, y los masticaba y los deglutía mientras iba caminando por las selvas del Ka’aguasu hasta llegar a una casita con luz donde una niña rubia y de ojos celestes miraba un programa infantil titulado “El Pombero convertido al Cristianismo”.

POEMAS DE NELSON AGUILERA (OJOS LADRONES - PARTES)

1

Dejaré a tus ojos brotar

en las ramas de la poesía,

colgados de metáforas

iluminados

en sinestesias.

Tus ojos no son tuyos.

Son de la poesía.

Ella te los robó

mirándote a las pupilas

y los oculta

de todos

los que morimos

por verte.

2

Aquieta tu mirada de olivos

con el arrebol de dos soles.

¡No la bajes!

Liba el rocío de mis pupilas.

Sumérgete en el negro misterio

de mi iris,

y hállate a ti misma

en el amor

que tengo escondido

en el meollo de mis ojos.

3

Mis ojos de candela

quemaron la sombra azabache

de la quieta madrugada.

En cada llama del recuerdo

tus ojos de lagos tranquilos

intentaron tragarse

la vorágine del fuego.

Se consumió la candela

los recuerdos se hicieron cenizas

y tus ojos escaparon durmiendo

en las alas del sueño inesperado.

4

¿En qué ojos amaneció tu mirada

este tórrido día de enero?

¿En qué labios encendiste un beso

en el albor del verano?

No lo sé.

Sólo sé

que esos ojos ladrones

y esos labios extraños

se están robando

poco a poco

y soslayadamente

los pedazos de tu vida.

5

¿Qué son estas ganas

de cautivar tu mirada

en un puño

y engañar a la nostalgia

con sólo abrirlo

para perderme

en tus pupilas opalinas?

¿Qué son estas ganas

de aprisionar tus labios

en otro puño

y calmar la sed

con sólo abrirlo

para encontrarme contigo

en el sello

de un beso atribulado?

¿Qué son estas ganas

de convertirte en un puñado

de viento,

sol

mar

o

arena

para seguir soñando ilusiones

en las manos

de un amor alucinado?

6

Si me amas

dilo muy quedo,

para que las estrellas

no se roben tu voz.

Si me amas

dilo con los ojos

para que el mar

no se robe tu mirada.

Si me amas

bésame en el silencio

para que la rosa

no se robe tus labios.

Si me amas

ciñe al mar con las estrellas

en el silencio de tu amor.

Y sigue besándome

con la rosa de tus labios

hasta que el silencio

se torne mar estrellado

y no murmure más que:

Te amo.

7

Yo leí a la Tristeza en tus ojos.

Era gris, sinuosa

atiborrada en nostalgias.

Sus letras compusieron el texto

de tu herido y solitario corazón.

Yo leí a la Tristeza en tus ojos.

Quise atraparla

con la yema de mis dedos,

mas tu silencio la ocultó

detrás de una sonrisa

hecha de vientos

y una caricia

dibujada en escarchas.

Yo leí a la Tristeza en tus ojos.


8

Soy un amante furtivo

amordazado

con las cuerdas del tiempo,

y me robo tus besos

tu aliento

tus ojos.

Soy un amante furtivo

aprisionado

en celdas de ausencias

y me bebo a sorbos cortados

tu risa

tus suspiros

tu vida.